15 de noviembre de 2017

I. Los 100 años de la revolución desde los oprimidos y su vigencia.



 Revolución de Octubre, 
ascenso de los oprimidos
11 de noviembre de 2017
Por Yahir Contreras (Rebelión)
La verdad es siempre revolucionaria. Lenin
La más profunda transformación social en la historia de la humanidad acaeció hace cien años en Rusia. Triunfó en octubre de 1917, pero en estricto se celebra el 7 de noviembre a causa de la diferencia de días entre los calendarios juliano y gregoriano.
En Rusia nació la primera experiencia de una sociedad conducida por los de abajo con un sentido colectivo, socialista. Desde la Revolución Francesa de 1789 la sociedad no se había impactado en semejante magnitud. En París nació la sociedad conducida por la burguesía y se rompió el dique feudal en pos del capitalismo que perdura hasta nuestros días.
Con la Revolución de Octubre, por primera vez en la historia, los oprimidos asumieron el poder político conducidos por los revolucionarios dirigidos por Vladimir Ilich Ulianov, conocido en la historia como Lenin. Los oprimidos derrocaron el gobierno provisional que había apoderado del poder luego de defenestrar al zarismo. Los Soviets de obreros, soldados y campesinos asumieron todo el poder el 7 de noviembre (25 de octubre) bajo la conducción de los bolcheviques. La insurrección popular triunfó rápidamente después de la intentona de febrero de ese año, que llevó al gobierno provisional a diversos actores vacilantes que querían avanzar sin rupturas, conciliando con los reaccionarios de los partidos burgueses. Los revolucionarios rusos asumieron la tarea de dirección y con la alianza obrero-campesina hicieron realidad su consigna: ¡Todo el Poder a los Soviets!
La tarea revolucionaria era titánica: construir un orden nuevo, el socialismo, que vislumbraba alcanzar la igualdad social como lo preconizaron Marx y Engels unas décadas antes. Rusia era un país atrasado, feudal, con incipiente capitalismo, en guerra con Europa y Asia, el zarismo estaba en crisis y la revolución alcanzo tierra fértil. La burguesía europea -Alemania en particular y las vetustas monarquías-, se aterrorizaron de saber que en Rusia se empezaba a construir un orden nuevo, socialista, que cuestionaba su poderío, que derruía el sistema capitalista con la clase obrera al frente, hombro a hombro con soldados y campesinos. La reacción no se hizo esperar y todos los regímenes europeos se aliaron para sabotear la nueva Rusia y desataron la guerra civil en la periferia con la creación del Ejército blanco para intentar retomar el poder soviético sustentado y defendido por el Ejército Rojo. Los primero años fueron intensos de conmoción social, de avances y retrocesos, de intentonas contrarrevolucionarias. Paz, pan y tierra era la consigna del poder soviético para satisfacer a la masa obrero-campesina que se había tomado, al fin, el poder.
Los primeros decretos del gobierno soviético vislumbraban la revolución: se ordenó el horario laboral de ocho horas, se garantizó la propiedad de la tierra para los campesinos, se declaró obtener la paz con Alemania, se inició el plan de alfabetizar a toda la población, se consagraron los derechos de los pueblo de Rusia y del derrocado imperio zarista bajo el principio de la autodeterminación, se promulgó la igualdad legal de los sexos, se sustituyeron los entes de justicia por nuevos bajo directrices revolucionarias, se abolieron los títulos y rangos sociales, se separó la iglesia del Estado, se expropiaron los bienes de las iglesias y pasaron a manos estatales, así como la educación en general. Se dotó de vivienda a los desposeídos de las ciudades. Se nacionalizaron las industrias y los bancos, se desconoció la deuda contraída por el zarismo. Un mundo nuevo había nacido: se consumó una revolución democrático-burguesa pero dirigida por revolucionarios que tenían en mente construir la utopía en este mundo, erigir a la brevedad una nueva sociedad: el socialismo. La nueva Constitución consagró en 1918 el nuevo orden: por primera vez en la historia los oprimidos gobernaban un país y asumían el control de las instituciones y del poder en la República Socialista Federativa Soviética de Rusia.
La genialidad de Lenin trazó el derrotero, la continuidad de la revolución: el sistema capitalista es un hueso duro de roer y la economía es un serio problema: socializar la agricultura, la producción industrial, la pequeña producción era un paso que requería de método para no colapsar. Para ello, el líder trazó la Nueva Economía Política (NEP) que permitiera una transición de la producción neta capitalista y feudal a una socialista. Durante esos años, hasta la muerte de Lenin en 1924, la tarea fue cumplida y se sentaron las bases del socialismo, tarea que se emprendió bajo los planes quinquenales, que planificaron desde el Estado toda actividad económica estratégica. En 1922 se había fundado la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que resolvía la relación entre naciones disímiles en una asociación que perduró hasta 1991 con la disolución de la URSS y la restauración del capitalismo.
Durante la década de los 20 y 30 la Unión Soviética cimentó una producción industrial conducida por el Estado, se modernizó la agricultura bajo las cooperativas campesinas (koljoses) y la producción agrícola del Estado (sovjoses). En el ámbito político, la ausencia de Lenin desató intensas polémicas que terminaron con la ruptura entre dos alas dirigidas por Trotski y Stalin, respectivamente. Pese a los juicios tendenciosos que distorsionan la historia (los errores de Stalin, la persecución de este a Trotski, las purgas intra-partidistas, los excesos de la colectivización forzada) el gran logro es innegable e imborrable: la Unión Soviética se convirtió en una potencia política, económica y militar que jugó su decisivo papel en la Segunda Guerra Mundial, la Gran Guerra Patria. Sin la URSS la derrota de la Alemania nazi y los fascistas europeos hubiera sido muy difícil. La historia que se cuenta en estos tiempos pretende dar a Estados Unidos la victoria que el Ejército Rojo labró desde su resistencia por la incursión militar nazi que llegó a las puertas de Moscú, hasta la toma de Berlín por tropas soviéticas el mayo de 1945.
La Revolución Rusa de 1917 marcó la humanidad para siempre: pese a las derrotas de la revolución acaecidas en Europa y diversos países del orbe a lo largo del siglo XX, un mundo sin capitalismo es posible, un mundo gobernado por los oprimidos es posible . La penetración de la ofensiva ideológica desde la última década de la centuria pasada y lo que va del siglo XXI, pretende hacer creer que el neoliberalismo capitalista es invencible y que no hay esperanza. Los caminos de la historia nunca se vieron libres de obstáculos y derrotas de las causas más nobles. El futuro de la humanidad pende de un hilo sostenido por el Capital, que fiel a su esencia pretende vendernos la idea de su triunfo definitivo.
Estamos al borde de la desaparición de la humanidad y la civilización por las desgracias capitalistas: destrucción acelerada del medio ambiente por la explotación despiadada de la tierra y todos los recursos naturales no renovables, desigualdad social incontenible que se denota en la periferia y en las metrópolis, pauperización de grandes masas de población mundial de siete mil 600 millones de habitantes, migración desesperada a Europa, entre otra desgracias. Y al frente, desde el poder, a nivel mundial y en la mayoría de países, una clase minoritaria, la burguesía que manda desde los centros imperiales y tiene sus vasallos en cada país colonizado o recolonizado.
La Gran Revolución de Octubre, a un centenario de su triunfo, es un faro que aún marca el derrotero. Ni los medios y la clase dominante pueden ignorarla: se preocupan por academizarla y presentarla como el pasado que no volverá, como su pesadilla que ya pasó. El siglo XXI alberga esperanzas como Cuba y Venezuela y varios gobiernos progresistas en Nuestra América. Nada es eterno es este mundo, la fuerza de los oprimidos se levantará como los Soviets de hace un siglo. La humanidad necesita nuevos rebeldes soviets o la inminente destrucción nos hundirá en la aniquilación. Lenin aún está presente con sus libros y su conducción. Los humildes, los de abajo, tienen que tomar la palabra antes de que sea demasiado tarde. La Revolución es necesaria antes que el sistema capitalista nos borre del universo para siempre.

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La revolución bolchevique 100 años después
11 de noviembre de 2017
Por Yazle A.Padrón Kunakbaeva (Rebelión)
En estos días, en que una hora nos parece mucho tiempo, cien años representan una cantidad de tiempo absurda. Toda la maquinaria de la industria cultural y la dinámica del mundo económico se conjugan para hacer que vivamos en un mundo de lo efímero y lo fugaz. Esto es verdad incluso en Cuba, donde se supone que deberíamos estar a salvo. Es por eso que cien años es algo cuya verdadera densidad ya casi no podemos experimentar. Cuando nos enteramos de que se cumplen cien años o doscientos de algo, es como si pasara un cometa: ocupa por un momento el cielo, extraño, venido de otro mundo, y luego desaparece. No resulta extraño, por tanto, que nos cueste trabajo reaccionar frente al centenario de la Revolución de Octubre.

Lo interesante, no obstante, es el estado de incomodidad ante la efeméride que existe entre los más diversos actores del escenario actual. Nadie sabe muy bien que hacer. Son muchos los que no quieren celebrarla, pero son incapaces de dejarla pasar en silencio. Los cien años de la Revolución de Octubre recuerdan el derrocamiento del absolutismo zarista y el surgimiento del primer estado socialista, una conmoción que sacudió los cimientos del mundo. Pero traen también a la memoria los horrores del estalinismo, la opresión de millones de personas en Europa del Este, etc. Se trata de una de esas fechas ante las que se hace necesario tomar una posición, decidir de qué lado se está.
 
La revolución de los bolcheviques pasó ya hace cien años. Puede parecer mucho tiempo, pero lo realmente sorprendente es que hayan pasado sólo cien años. Cuando uno piensa en cuanto ha cambiado el mundo desde 1917, parece que han pasado milenios. Las figuras de la revolución parecen provenir de un pasado mítico, de una época definitivamente perdida. En 1917 todavía era posible que la historia vibrara y explotara. Todavía eran posibles un Lenin de inteligencia y convicción titánicas, un Smolny atestado de bolcheviques y un Petrogrado rebelde, indómito. Todavía era posible, en fin, un asalto al palacio de invierno. Se creía, por aquellos días, en que sería posible construir una sociedad sin clases.

Frente a la grandeza de aquel acontecimiento y a los cien años transcurridos es necesario hacerse la siguiente pregunta: ¿Cómo fue posible que la hermosa locura revolucionaria de aquellos días se perdiera y diera a luz a un estado dictatorial e incluso sanguinario? ¿Cómo fue posible que el socialismo se corrompiera hasta el punto de convertirse en un peso muerto sobre la vida de los hombres, en una verdadera muestra de vida enajenada? El mismo pueblo ruso que inició la construcción del socialismo fue aquel que derrocó al estado soviético y abjuró de él. ¿Fue el socialismo siempre un error?

No hay ninguna evidencia de que el socialismo como horizonte social sea una opción errónea, sino todo lo contrario. Cada vez es más evidente que el capitalismo como sistema social es insostenible a largo plazo. En algún momento, el afán de hacer trabajar a otros para enriquecerse y la necesidad de trabajar para sobrevivir deben dejar de ser las principales motivaciones para producir. En su lugar, debe aparecer la voluntad de construir un mundo mejor como motor de la sociedad. De lo contrario, la especie humana se vería aplastada por las consecuencias de su propio desarrollo descontrolado. El socialismo, como modelo de una sociedad donde se cumplen de verdad los ideales de la ilustración francesa (igualdad, libertad, fraternidad), no ha dejado de ser un objetivo válido.

Tampoco puede decirse que fue un error intentar construir el socialismo durante el siglo XX. La evidencia muestra que sólo el socialismo pudo sacar a Rusia del atraso y convertirla en un país industrializado. En general, en todos los países en los que hubo un proceso revolucionario verdadero, el socialismo generó condiciones de vida superiores a las que había con anterioridad. Además, de no haber existido la Unión Soviética, con su modelo de economía planificada, los países capitalistas no habrían realizado las reformas estructurales que les permitieron superar la crisis del liberalismo decimonónico y construir los estados de bienestar general. También los países capitalistas desarrollados tienen algo que agradecerle al socialismo del siglo XX.
 
El verdadero error está, como siempre, en los métodos. El gran discurso de los documentos teóricos no es la verdadera casa de la ideología de una sociedad. El método es la ideología. La manera en que los hombres hacen las cosas es lo que determina la manera en la que piensan, aunque digan otra cosa. Esta es la enseñanza primera del marxismo. Desgraciadamente, en los países del socialismo real, los métodos fueron autoritarios, basados en el ordeno y mando generalizado. Frente a ese proceder, el discurso de la democracia obrera tenía muy poco que decir.

Es cierto que resulta muy difícil para una sociedad desprenderse de los métodos autoritarios, sobre todo cuando estos vienen validados desde el mismo nivel del paradigma de racionalidad. La ciencia y la técnica moderna están constituidas para ser utilizadas por élites empresariales y tecnocráticas. El socialismo, en cambio, exigiría el desarrollo de una democracia cognitiva como fundamento de la democracia política. Este cambio de paradigma, evidentemente, es poco factible ahora mismo (mucho menos hace cien años), pero no por ello resulta menos necesario.

Los sistemas del socialismo real chocaron con la dificultad ontológica de construir relaciones sociales no autoritarias y se rindieron pronto. Se conformaron con eliminar la propiedad privada, sin eliminar la gestión tecnocrática de los recursos económicos. A partir de ahí, sólo fue cuestión de tiempo que la corrupción autoritaria se adueñara de todos los aspectos de la vida.

Ni la revolución ni el socialismo fueron un error: más bien se trató de un salto a lo desconocido que, como suele pasar, terminó mal a la larga. Lo imperdonable sería que nosotros no aprendiéramos nada de lo que ha pasado en estos cien años y continuáramos cometiendo los mismos errores.

¡Viva la Gran Revolución Socialista de Octubre!

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